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Ictus

Ictus

El Accidente Cerebrovascular o Ictus está provocado por un trastorno de la circulación sanguínea a nivel cerebral, que ocasiona un déficit transitorio o definitivo del funcionamiento de una o varias áreas del encéfalo.

Se  produce cuando hay una rotura (derrame) u obstrucción (trombosis, embolia) en un vaso sanguíneo reduciéndose  el flujo de sangre que llega al cerebro. Debido a que la sangre no llega al cerebro en la cantidad necesaria, las células nerviosas no reciben oxígeno y dejan de funcionar.

Esta patología representa la segunda causa de muerte en nuestro medio (la primera en la mujer), una de las principales causas de discapacidad permanente en el adulto y la segunda causa de demencia tras la enfermedad de Alzheimer.

Según la naturaleza de la lesión cerebral, se pueden distinguir dos grandes tipos de Ictus:
Ictus isquémico: Se produce por la obstrucción del flujo sanguíneo de una arteria (trombosis, embolia), lo que origina una disminución del riego sanguíneo en esa parte del cerebro. Puede deberse a varias causas: trombosis, embolismo, aterosclerosis, vasculitis o hipertensión arterial. 

Ictus Hemorrágico: Provocado por la rotura de una artería, que filtra la sangre a zonas inadecuadas del cerebro, lo que da lugar a hemorragias cerebrales.

SINTOMATOLOGÍA

Los síntomas más habituales son:
• Pérdida de fuerza repentina en la mitad del cuerpo (cara, brazo y pierna del mismo lado).
• Confusión repentina o problemas en el habla o en la comprensión de lo que le dicen a la persona.
• Pérdida de sensibilidad u hormigueos en la mitad del cuerpo.
• Pérdida súbita de visión en un ojo.
• Dificultad repentina para caminar, mareos, pérdida del equilibrio o de la coordinación.
• Dolor de cabeza muy intenso distinto del habitual.

Aproximadamente un 30% de los pacientes pueden tener síntomas previos, de aviso, de escasa duración, llamados “ataques isquémicos transitorios”. Es importante su identificación, ya que puede evitar un infarto cerebral posterior.

La prevención disminuye el riesgo

La prevención debe hacerse a cualquier edad, pero sobre todo a partir de los 45 años, a fin de identificar los factores de riesgo: diabetes, hipercolesterolemia, tabaquismo, enfermedades cardiacas, etc. Su control reduce drásticamente el riesgo de ictus.

SECUELAS

Las secuelas varían según la localización de la lesión y la extensión dañada, siendo las más frecuentes:
Alteraciones del control motor: pérdida de movimiento voluntario total o parcial, disminución de la fuerza, variaciones/alteraciones del tono muscular, dificultades en la coordinación y el equilibrio.
Alteraciones sensoriales: problemas visuales, problemas de sensibilidad superficial o profunda.
Alteraciones de la deglución como la disfagia.
Alteraciones de la comunicación: afasia (incapacidad para comunicarse), disartria (dificultad para articular sonidos o palabras), anomia (incapacidad para reconocer los nombres de las cosas).
Alteraciones cognitivas:heminegligencia o neglect (dificultad para orientarse), problemas de atención, memoria y percepción.
Alteraciones conductuales: impulsividad, agresividad, anosognosia (ausencia de conciencia de déficits neurológicos), cambios en la conducta social.
Alteraciones emocionales: ansiedad, depresión, apatía, labilidad, irritabilidad, intolerancia a la frustración.

Tras un ictus, si se presentan secuelas a causa de un daño cerebral, el siguiente paso, una vez estabilizada la persona, es comenzar con la rehabilitación. Las personas que la inician dentro de la primera semana tras el ingreso presentan mejores resultados a largo plazo que aquellas que inician su rehabilitación con posterioridad. 

La evidencia científica actual habla de la inmediatez en el inicio del tratamiento y la intensidad como claves para una recuperación con las mejores garantías. 

La rehabilitación del ictus  y su tratamiento posterior debe ser por tanto, de inicio temprano  e intensivo y hacerse por parte de un equipo transdisciplinar formado por fisioterapeutas, terapeutas ocupacionales, logopedas, neuropsicólogos, neurólogos y trabajadores sociales. Los pacientes y familiares deben involucrarse activamente con este equipo, si es posible, desde el inicio y durante todo el proceso de rehabilitación para obtener un mejor pronóstico y una mayor tasa de éxito en este proceso. 

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